La mondialisation malheureuse ou le règne de l'oligarchie. FIGAROVOX/ENTRETIEN - A l'occasion de la sortie de son essai «La Mondialisation malheureuse», le politologue Thomas Guénolé a accordé un entretien au FigaroVox pour éclairer les rouages d'un système planétaire selon lui moins libéral qu'oligarchique.
Thomas Guénolé est politologue, maître de conférences à Sciences Po et docteur en Science politique (CEVIPOF). Il est l'auteur de Les jeunes de banlieue mangent-ils les enfants? (Édition le bord de l'eau, 2015) et vient de publier La mondialisation malheureuse chez First. Le titre de votre nouveau livre, La Mondialisation malheureuse, sonne comme une réponse à La Mondialisation heureuse d'Alain Minc.
Est-ce le cas? Oui. Prenons un exemple. Prenons un autre exemple. Ceci, sans même parler des 3 millions d'enfants de moins de 5 ans qui meurent de la faim chaque année, alors qu'il y a encore plus de nourriture que ce dont nous avons besoin pour nourrir toute la population mondiale. C'est l'argument de la «théorie du ruissellement». Guerras: La globalización del sufrimiento. Las guerras ya no son lo que eran.
Estamos perplejos ante conflictos bélicos y acciones terroristas que no sabemos bien cómo entender y menos aún de qué manera combatir. Los atentados del terrorismo yihadista, la misma naturaleza del autodenominado Estado Islámico, tienen unas propiedades que no cuadran con las viejas categorías bélicas. Los nuevos conflictos tienen muy poco que ver con las guerras de nuestra historia: se llevan a cabo sin Estados, sin Ejércitos, fuera de toda lógica territorial.
Por eso los clásicos instrumentos militares pierden buena parte de su eficacia en estos nuevos conflictos. Nos enfrentamos a adversarios que no tienen ni territorio, ni Gobierno, ni fronteras, ni diplomáticos, ni asiento en el Consejo de Seguridad, ni verdaderas razones para negociar... Podríamos decir que las guerras son un asunto cada vez más social que militar. La brutalidad de los contrastes sociales es un generador de desplazamientos masivos. Repensar a Robin Hood. Las ayudas internacionales al desarrollo se basan en el principio de Robin Hood: quitarle al rico para darle al pobre.
Es así como agencias nacionales de desarrollo, organismos multilaterales y ONG transfieren más de 135.000 millones de dólares por año de los países ricos a los pobres. Un nombre más formal del principio de Robin Hood es “prioritarismo cosmopolita”, una regla ética según la cual debemos valorar del mismo modo a cada persona del mundo, sin importar dónde viva, y luego concentrar la ayuda donde sea más útil, dando prioridad a los que tienen menos sobre los que tienen más.
Esta filosofía es el principio rector (implícito o explícito) de los programas de ayuda humanitaria, sanitaria y al desarrollo económico. A primera vista, el prioritarismo cosmopolita parece razonable. En los países pobres, la gente tiene necesidades más apremiantes y los precios son mucho más bajos, de modo que un dólar o un euro es dos o tres veces más eficaz allí que en los países donantes. Estimular la inversión privada para alcanzar el desarrollo. El desarrollo económico exitoso ha forjado un patrón bien conocido.
Para sacar a un país de la pobreza y colocarlo en una senda de crecimiento sostenible requiere trabajar intensamente, crear un sistema de derechos de propiedad sólido y —especialmente— necesita inversión privada. Este método no es específico para una región o para un pueblo en particular. Tal como el espectacular crecimiento de Asia ha demostrado, es un método transferible entre culturas. Por lo que es una pena que los economistas del desarrollo y las instituciones multilaterales internacionales no estén aplicándolo de forma sistemática en el mundo en desarrollo. Miles de millones de dólares de ayuda han sido inyectados en los países en desarrollo, pero no ha sido suficiente y los resultados han sido decepcionantes. Al menos sobre el papel, los nuevos ODS, puestos en marcha el año pasado, muestran una mejora.
Sin lugar a dudas, ganar una votación, si bien no es nunca algo sencillo, es la parte fácil del asunto. Vuelve el ‘enemigo’ exterior. Cuando en 2008, tras el estallido de la crisis financiera, las principales potencias económicas del mundo se reunieron en el G20 para coordinar las respuestas políticas a lo que amenazaba con convertirse en una recesión sistémica, todos los líderes estuvieron de acuerdo en evitar la tentación proteccionista.
Tenían muy presente la experiencia de los años veinte, en los que el nacionalismo económico convirtió una recesión cíclica en la Gran Depresión y condujo a la II Guerra Mundial. Por eso en las cumbres de Londres y París se puso en marcha un esfuerzo de coordinación macroeconómica sin precedentes; un esfuerzo inclusivo que incorporó definitivamente a la mesa de los decisores a las economías emergentes rompiendo de facto un reparto de poder y responsabilidad mundial que había durado más de 50 años. Globalización, crisis inmobiliaria y financiera y cambio tecnológico han conspirado para hacer estallar una tormenta perfecta Hay muchos más síntomas preocupantes de nacionalismo económico.