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Terror. Serie Piedra libre para todos.

Dos cuentos de Ricardo Mariño - Imaginaria No. 69 - 23 de enero de 2002 N° 69 | FICCIONES | 23 de enero de 2002 Texto de Ricardo Mariño Ilustraciones de Gustavo Ariel Mazali Cuento e ilustraciones extraídas, con autorización de sus editores, del libro El hombre sin cabeza y otros cuentos, de Editorial Atlántida (Buenos Aires, 2001; colección De Terror). El hombre, el escritor, solía trabajar hasta muy avanzada la noche. Los cuentos de terror suelen tener dos protagonistas: uno que es víctima y testigo, y otro que encarna el mal. Un escritor sentado en su sillón, frente a una computadora, a medianoche, en un enorme caserón que sólo él habita, se parece bastante a las indefensas personas que de pronto se ven envueltas en esas situaciones de horror. El cuento que aquella noche intentaba crear Luis Lotman, que así se llamaba el escritor, trataba sobre un muerto que, al cumplirse cien años de su fallecimiento, regresaba a la antigua casa donde había vivido o, mejor dicho, donde lo habían asesinado. Ese detalle lo sobrecogió. Demoró una eternidad en abrirlos.

★Bibliopeque itinerante: Cuento: EL COLECTIVO FANTASMA, de Ricardo Mariño El más fastidioso de los muertos se llamaba Tomás Bondi. Frecuentemente el encargado del cementerio encontraba tierra removida junto a la tumba de Tomás y advertía que la lápida de mármol, donde decía "Tomás Bondi (1939-2004) Premio Volante de Oro al mejor colectivero", estaba corrida un metro o dos. El finado Tomás Bondi extrañaba a su colectivo. A diferencia de los demás muertos a quienes a lo sumo se les daba por aullar o salir a dar una vuelta convertidos en fantasmas, él necesitaba manejar un poco su colectivo. Salía de la tumba, pasaba ante el encargado del cementerio, que no lo veía porque los fantasmas son invisibles, y caminaba treinta cuadras hasta la empresa de transporte donde en vida había trabajado. Se metía en el galpón donde quedaban estacionados los vehículos y cuando veía a su colectivo, el 121, casi lloraba de emoción. Al rato se ponía a pasarle una franela. Después, Tomás Bondi ponía al 121 en marcha y salía a dar una vuelta. Así pasó una semana. Ricardo Mariño.

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